Opinión

Milei: acuerdos domésticos y política mundial

Panorama político nacional de los últimos siete días.

Por Jorge Raventos

El gobierno libertario ya admite que la Ley Bases no habrá superado plenamente la prueba del Congreso para la fecha que preveía. El 25 del mes en curso, cuando está programado que se firme en Córdoba el llamado Pacto de Mayo, la llevada, traída, recortada y modificada norma que alguna vez fue conocida como “ley ómnibus” todavía estará esperando que la Cámara de Diputados defina si aprueba las reformas que en estos días se tramitan en el Senado con la resignada colaboración del oficialismo o si insiste en la formulación que ya había merecido su media sanción.

El gobierno, que está aprendiendo a asimilar con mayor serenidad los contratiempos, no se inquieta demasiado por los detalles cronológicos y celebra, en cambio, que para el 25 ya habrá quedado claro lo fundamental: que la Ley de Bases consiguió la aprobación en general de ambas cámaras aunque todavía no se hubiera consagrado su redacción final.

Ese dato resulta para la Casa Rosada tan importante como la consumación del Pacto de Mayo, cuyo articulado original también habrá registrado para entonces cambios en su fraseo, incorporando temas aportados desde la oposición y las provincias, como un capítulo educativo y un enfoque con sesgos más federales.

Ya en marzo, cuando el Presidente lanzó su convocatoria, en este espacio se sostuvo que “la formulación centralista del acuerdo propuesta por Milei es un punto de partida, no necesariamente un punto de llegada”. Allí se apuntaba, asimismo, que “todavía no hay a la vista un programa mínimo integral de las provincias, que contenga una propuesta innovadora sobre los recursos fiscales, capaz de reformar en la práctica la anacrónica coparticipación, y una propuesta que apunte al desarrollo productivo y exportador como marco indispensable del equilibrio fiscal”. En estos meses no se ha llegado a ese resultado aún, pero los gobernadores han avanzado en su coordinación y, aunque todavía diferenciados por visiones locales o regionales, han coincidido en empujar cambios para mejorar la propuesta del Presidente.

La frase de Perón

En su reciente exposición en el Instituto Milken, en Los Angeles, Javier Milei se refirió desde otra perspectiva a las contingencias de la política local. Allí desplegó con amplitud y claridad lo que podría definirse como su visión de la Argentina en el mundo y la misión que él atribuye en ese contexto a la revolución libertaria que personalmente encarna. Ese texto permite vislumbrar el ambicioso programa que Milei se ha impuesto y también comprender, confrontando la magnitud del objetivo con las estructuras organizadas sobre las que se asienta su presidencia, porqué se encomienda con tanta frecuencia a “las fuerzas del cielo”.

En primer lugar hay que consignar que Milei se asigna un papel que excede los límites domésticos: el escenario en el que ha decidido actuar es mundial. Allí se entrevista con primeros ministros, presidentes o empresarios innovadores como Elon Musk y consigue interés cuando no aplausos aprobatorios.

Aunque sus raíces ideológicas se hunden en un territorio alejado del peronismo, Milei parece haber entendido mejor que muchos justicialistas una de las lecciones que Perón reiteraba: “La política puramente nacional es ya casi una cosa de provincias. Hoy, todo es política internacional, que se juega dentro o fuera de los países”.

Milei no participa de foros como el del Instituto Milken (o el de Davos, hace tres meses) como un humilde solicitante de atención y ayudas, sino como un par que tiene cosas serias que decir sobre la marcha del mundo.

Sin alternativa a la vista

Por otro lado, ninguna fuerza parece hoy capaz de encarnar una alternativa viable a la política del Presidente. La llamada “oposición amigable” comparte, en verdad, el rumbo general trazado por el jefe libertario, aunque critica puntos y aristas de su práctica. Por ahora juega, en el mejor de los casos, un papel interesante de control que contribuye a encauzar la energía de la Casa Rosada, moderarla y ayudar en ese sentido a los sectores más dialoguistas del oficialismo. En los hechos esos sectores (núcleos y fragmentos de partidos) forman parte, con diferentes grados de autonomía, de las fuerzas convergentes que Milei lidera de hecho, apalancado por su condición de Presidente, que él ejerce en plenitud.

Enfrente Milei cuenta con la oposición funcional de un peronismo que no termina de independizarse de su ancla kirchnerista. Si es cierto que uno de los motores del crecimiento y afianzamiento de Milei ha sido “el fracaso de la política”, este fracaso se encarna (sin excluir el paréntesis representado por la presidencia de Mauricio Macri) principalmente en los años de gestión de Cristina Kirchner y de quien ella señaló como vicario en 2019, Alberto Fernández. Y lo cierto es que, incluso devaluada por esos antecedentes, la señora de Kirchner sigue siendo la figura dominante del conglomerado peronista.

Las fuerzas que allí convergen, muchas de ellas reticentes frente al kirchnerismo y sus fórmulas, parecen supeditar la necesaria actualización política y la comprensión de fenómenos como el del traslado de amplios contingentes del voto tradicionalmente peronista a la convocatoria de Milei, a la idea de afianzar con una oposición intransigente la unidad partidaria, eso que hace algunos años un dirigente sindical llamó “una cáscara vacía”.

La unidad le ha permitido a ese aglutinamiento retener una influencia en el Poder Legislativo, aunque no sólo al precio de congelar su influencia externa sino al de un agrietamiento que sin duda augura próximas fisuras.

Muchos gobernadores han iniciado ya un proceso de toma de distancia de esa unidad con epicentro tanto en el kirchnerismo como en la influencia del conurbano bonaerense, y no excluyen una actitud de colaboración con el Poder Ejecutivo basada en la obtención de ventajas para sus provincias o regiones. Esta fase del proceso político no parece aún propicia para que emerjan alternativas, aunque puedan entreverse. Quizás podría compararse esta etapa con la que se desarrolló inmediatamente después de la victoria de Raúl Alfonsín en 1983, cuando gobernadores como Carlos Menem prefirieron acompañar el liderazgo del presidente que había derrotado al peronismo en cambio de plantarse en una oposición intransigente. De esa actitud, que enfrentó con la conducción oficial del justicialismo, surgiría unos meses después la llamada renovación peronista.

El sindicalismo, que el jueves ofreció una nueva muestra de su fuerza con un paro de gran alcance, también afronta hoy el dilema del peronismo: priorizar la unidad apoyada en una oposición dura (que, en buena medida es funcional a Milei y su “principio de revelación”) o elaborar una táctica que le permita participar e influir en una etapa de cambios.

Ni Menem ni Pinochet

Beneficiado por la dispersión y los dilemas de sus competidores políticos y por el aguante de la opinión pública, Milei tiene entretanto que pelear todos los días por su poder, que no está suficientemente asentado en posiciones territoriales ni legislativas.

Al libertario le gusta compararse con Carlos Menem, cuya presidencia considera, como dijo en su exposición de Los Angeles, “el último gran proyecto liberal que tuvo la Argentina”. En 1989 Menem, sin embargo, no sólo contaba –como él- con el respaldo de una rotunda victoria electoral (ganó por diez puntos, en primera y única vuelta), sino con un partido unido después de una masiva e indiscutida elección interna, con mayoría legislativa propia y con una fuerza territorial afianzada con numerosos gobernadores e intendentes.

Milei no tiene partido, ni gobernadores, ni intendentes y su fuerza legislativa es ínfima, aunque bastante indisciplinada hasta aquí.

Tampoco cuenta con el apoyo del que dispuso otra experiencia fuertemente liberal en lo económico, la del Chile de Pinochet, sostenido por una dictadura con participación orgánica de las Fuerzas Armadas. Milei no es la cabeza de ninguna dictadura militar.

Por eso, es probable que el hiperpresidencialismo y la temporaria fragilidad de sus competidores no resulten a la larga suficientes, como no lo fueron en el primer acto de las propuestas legislativas de la Casa Rosada.

Señalábamos una semana atrás que “parecería razonable que los mecanismos que funcionaron para sancionar la ley en Diputados siguieran operando para sostener la acción de gobierno. Esto supondría concebir el gobierno no como una empresa monocolor de los libertarios, sino como un gobierno que actúa en coalición de hecho, con plasticidad; sin las rigideces de una coalición formal, pero negociando con todos las fuerzas y sectores dispuestos a colaborar, escuchando sus reclamos y compatibilizándolos”.

De hecho, algo de esto parece estar sucediendo en los prolegómenos del tratamiento de la Ley de Bases en el Senado y en las conversaciones previas a la firma del Pacto de Mayo, un tejido que el ministro de Interior, Guillermo Francos, ya ha comenzado en encuentros con varios gobernadores, principalmente del NOA.

Pero este armado potencial de un sostén político para su presidencia es sólo uno de los desafíos de Milei. En Los Angeles convocó a inversores a apostar por Argentina. “Ya comenzamos la carrera para emprender un salto cuántico en materia de producción y desarrollo. La ventana de oportunidad para esta nueva fiebre del oro no será eterna. Es hoy. Es ahora”.

En rigor, el salto cuántico todavía no se ha concretado, por el momento la famosa ve corta con la que el Presidente grafica el paso de la depresión a la prosperidad está en su tramo descendente. Milei, afanoso “por ser descubierto, como lo fuimos a fines del siglo XIX”, pinta su aldea con entusiasmo: “Estoy convencido, sin la más mínima duda, de que Argentina tiene todas las condiciones para ser la nueva meca de Occidente. Es un país seguro, alejado de cualquier frontera conflictiva, un país abierto a entablar relaciones comerciales con todo el mundo, tenemos la tierra más fértil del mundo, fuimos revolucionarios en siembra directa, y con uno de los sectores agroindustriales más desarrollados del mundo; tenemos una cordillera rica en litio, plata, oro y cobre, minerales que la economía global necesita, tenemos un mar abundante en recursos ictícolas, tenemos una conexión directa con la próxima frontera humana, que es la Antártida. Y tenemos una concentración de diversidad geográfica y ecológica de la cual solo 2 o 3 países del mundo podemos hacer alarde; con montaña, con desierto, con glaciar, con bosque, con selva, con playa, con altiplano, con lagos, esteros, estepas y vastas llanuras que se pierden en el horizonte”.

Capital humano

Parece un catálogo de cosas, pero el discurso presentó una sorpresa: “Tenemos también la ventaja comparativa más importante de todas: capital humano de primera categoría. Recursos formados en universidades locales que son líderes de la región. El país con más premios Nobel de Latinoamérica”.

Esta mención al “capital humano” (a los argentinos, o al menos a un sector de ellos) esconde, quizás, dos claves. Una: probablemente sea el signo de una relectura por parte de Milei del conflicto con las universidades. La valoración del sector debería, con toda lógica, suponer que la Casa Rosada encarará con la vida universitaria una relación menos áspera que la que en primera instancia suscitó la marcha de dos semanas atrás.

Y que, dado el valor que el tema tiene a los ojos del presidente, en este caso habrá plata.

El otro aspecto de esa cita ilumina el hecho de que Milei parece actuar, si se lo juzga por su exposición en Los Angeles, como el promotor de una gran subasta en la que los únicos sujetos interlocutores son los eventuales compradores (inversores). Pero resulta que en el inventario hay que incluir a muchas personas, desde técnicos y trabajadores, instituciones y poblaciones enteras que tienen opinión sobre los bienes incluidos en aquel inventario y que seguramente querrán expresarla, querrán ser consultados y, eventualmente participar en la discusión de los eventuales tratos.El papel no se resiste, pero la gente muchas veces lo hace. La gestión no supone solamente administrar cosas, sino relacionarse con personas.

Allí se nota una asignatura pendiente en Milei, que probablemente esté vinculada a su tirria con la política.

También se observa en la exposición en el Instituto Milken otro detalle: cierta insensibilidad para la historia. En un discurso de fuerte apología del capitalismo, Milei reflexiona que “si bien el éxito del capitalismo es fácil de demostrar, lo que no es tan accesible para muchos es el contrafáctico, es decir, cuánto mejor estaríamos si el mundo hubiera adoptado masivamente el capitalismo desde el principio”. ¿Cuál principio? Milei parece considerar que los sistemas económicas son recetas abstractas que se pueden “adoptar” voluntariamente en cualquier momento, independientemente de los procesos históricos particulares que les dan ocasión de configurarse. Quizás rastros de ese pecado de conceptualización abstracta se hayan trasmitido a los procedimientos que en las primeras semanas de gobierno condujeron a los choques y traspiés legislativo que ahora empiezan a arreglarse. Por el camino de la política y la negociación.

Es también cierto, sin embargo, que el resultado no será mera obra del toma y daca, sino también de haber encarnado el cambio de rumbo que la sociedad aguardaba.

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